Siempre me ha gustado el fuego (Entre mis dedos encendidos por las noches) Por eso escribo esta crónica: para probarme lo cerca que estaba el fuego del agua mientras recorría el Perú.
Después de siete años, ha llegado el momento de apagar el cigarrillo y coger la pluma. Aquí va la primera -espero- de muchas crónicas de viaje. Lo que ví, lo que sentí, está aquí. Otras historias se escribirán, mientras dure el fuego, aquí, dentro.
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- Empieza el viaje.
- Agua de verano
El agua no era tu elemento, Velarde. Reconócelo. Lo supiste la tarde en que tu familia decidió que, por fin, había llegado el verano a Lima. Claro, para ellos, el verano, empezaba y terminaba en febrero. El sol debía quemar las sombras e incendiarte por dentro y solo entonces, gustabas de los helados "zambito" y tricolor -derretidos, cual sopa dulce en una taza- e ir a la playa.
¿Yapla? Sí. Recuerda cómo te hundías en la arena y, perdido en tu laberinto, salían a tu encuentro algunos muy muy, muy molestos. Google, buscar: Muy muy. Wikipedia: "Emerita análoga, muy muy en Perú, pulga de mar en Chile o cangrejo del Pacífico de arena. Crustáceo pequeño, construye madrigueras en arena. Viven en la arena a lo largo de las costas templadas occidentales de América".
Tus labores como excavador te dejaban sin brazos. "Tengo hambre", decías y destapaban la olla, arroz con pollo en plato desechable, tenedor envuelto en papel higiénico y, toda la familia, sentada a tu alrededor, se pasaban la salsita de cebolla con limón. Sólo cuando tuviste la experiencia de comer ceviche en Ecuador, te diste cuenta que nuestro limón era único. Además, tú prefieres la cancha serrana al pop corn de cine sobre el pescado. ¿Cuántos limones has probado hasta ahora, Velarde? Hablo de vegetales. Siempre pensando en cochinadas.
"Si no entras al mar no subes al auto", dijo la tía "tí-tí" (porque así sonaba el claxón de su Toyota rojo). Parecías un castillo de arena andando por la playa. No podías viajar así. Al final, solo consiguieron que te lavaras los pies. No te gustaba mojarte, Velarde. ¿Recuerdas?
- Agua que exhorcisa
Tu padre tenía que perseguirte bajo los muebles que cuando se casó, mandó fabricar al ebanista de tiendas SAGA. (Había plata, ¿no?) Ahora te la pasas despatarrado sobre los cojines mientras llenas los ceniceros de cristal adquiridos en la casa Ferrand, hace muchos años atrás, en jirón de la Unión. Según su página web, son "una empresa familiar que se dedica desde hace 150 años a la comercialización y posteriormente a la producción de vidrio y cristal en el Perú".
Después de sentir el cuero del cinturón de tu padre decidías entrar a la ducha. Pero como no cojías el jabón, te sacaban la mugre a correazos. Era como un exhorcismo a la "carca". Entonces le declaraste la guerra al agua.
- Agua que embruja
"Estoy peleado con el agua", le dijiste a la instructora de la Academia de Natación de Tater Ledgar. Ese día, te detuviste frente al mural de fotos donde se repetía la imagen de un hombre que sonreía en todas. Google, buscar: Tater Ledgar. Wikipedia: "Conocido como el Brujo, fue el segundo de seis hermanos... en su juventud combinaba sus cualidades de artista con la de deportista, amante de la poesía, del teatro, del tango y de la noche. En la piscina El Pellejo, donde debutó a los quince años, y que lo inspiró con la letra de un tango que él mismo cantaba, se ganó el apodo de El Brujo, allí se hizo fuerte a punta de constancia".
Estabas de pie frente a la piscina, con un short amarillo y negro, el mismo que usabas para tapar el arco en ese tiempo cuando empezaste a entrenar para el Club Alianza Lima. ¿Recuerdas lo que te dijo Farfán?
El hombre de la foto te vio y dijo: "¡Qué haces, ahí!" "¡Rápido, dos vueltas a la piscina!". Su voz te hechizó y te lanzaste y nadaste como una anguila. Era tu primer día de clase y ya sabías nadar.
Pero no quisiste volver. Tu instructora se había empecinado a meterte la cabeza bajo el agua. Tenías miedo. Tu nariz tocaba el agua y brincabas fuera. Era como introducirse en un espejo, en un caldo frío y tú eras un trozo de zanahoria flotando entre otros niños y niñas que se zambullían hasta el fondo.
"Mete la cabeza", decía tu padre. Tú veías el balde, sobre una silla, en el baño, el mismo balde que usaban para bajar la ropa del tendedero. "Tengo miedo". "Mira, cómo no me pasa nada". "No puedo". Llorábas.
¿Se habrá reído tu padre cuando tu instructora se metió a la piscina contigo y hundió tu cabeza bajo el agua? Pregúntale.
- Agua que viaja
Pero no tocarías fondo hasta que la tía "tí-tí" y sus hijos te llevarán a las piscinas del distrito de Ancón. Tú pensabas que era la única parte del Perú donde había playa. Tenías que cruzar el charco, en un vuelo de IBERIA, y darte cuenta que había más agua esperándote alrededor del mundo, para amortiguar tu caída si el avión trastabillaba con una nube.
En Puno, el Lago Titicaca, dos veces, frente a frente. Antes de llegar a la provincia de Sandia, ceja selva, descendiste cual Dante Alighieri, de 4 mil msnm a dos mil msnm; las nubes nadaban sobre el agua de sus lagos. Y el agua marrón de la selva peruana, ¿recuerdas?. El río Amazonas, largo, se enredaba por el intrincado paisaje visto desde el helicóptero que sobrevolaba la Cuenca del río Napo. Agua, Velarde, agua por doquier. Agua caliente, con azufre, para curarte del dolor de huesos y asma, en Churín, en el distrito de Pachangara; coges la Panamericana Norte hasta el km 45, por el desvío a Sayán y ahí no más queda. ¡Mójate un poco, Velarde!
A la joven que traía el cuy frito -ese día te comiste tres- le preguntaste si le gustaba el "cachi". Sabías que significaba "sal". Tú ibas con segunda. En realidad, habías regresado de San Antonio de Cachi, a tres horas de la ciudad, en Andahuaylas.
Después de cruzar el bosque mientras oías a Bob Marley en la radio -creías ver "yerba" por todo lado- llegaste al pueblo. Te bajaste, comiste otro cuy, envuelto en bolsa, conversaste con la gente: "El agua es más pura y cristalina que cualquier botella de San no sé qué". Era cierto. Qué maravillosa, el agua de tu país.
- Agua que habla
- Sabemos que no te gustaba bañarte, entrar al mar, nadar, ni nada que tenga que ver con el agua. Los hielos, sí me gustan. Claro, Velarde, las que chocan con el borde de tu copa, las que nadan en mares de agua dorada. No creas, ahora sí me gusta el agua. ¿Por qué, Velarde? ¿Qué cambió tu opinión? Conocí el Perú, sabes, y cuando viajaba veía el agua de sus ríos, de sus lagos, su mar, inmenso, rico, por los peces atesora y se descubren de sus abismos, como palabras escupidas a las redes de los pescadores. Entonces, ¿aprendiste? Sí, y ahora recuerdo lo que dijo mi hermana la primera vez que vió el mar. ¿Qué dijo, Velarde? Dijo: "¡Asu, tanta agua!" y se le cayó el chupete de la boca.
- NOTA SURREALISTA
- Donde encuentres tres puntos consecutivos, dos puntos aparte o un punto seguido, imagina que son un río, un lago o un riachuelo dividiendo un párrafo de otro a su antojo; porque esta crónica debió escribirse con agua. El agua de mi tierra.
- (sIMBOLISMOS)
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